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Domingo de la Ascensión
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Domingo de la Ascensión

Domingo de la Ascensión
Recuerdo de san Pancracio (+ 304), mártir a los catorce años por amor al Evangelio. Oración por las jóvenes generaciones, para que descubran el Evangelio y al Señor.
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Libretto DEL GIORNO
Domingo de la Ascensión
Domingo 12 de mayo

Domingo de la Ascensión
Recuerdo de san Pancracio (+ 304), mártir a los catorce años por amor al Evangelio. Oración por las jóvenes generaciones, para que descubran el Evangelio y al Señor.


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 1,1-11

El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre, «que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días». Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?» El les contestó: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.» Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.»

Salmo responsorial

Salmo 46 (47)

¡Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de alegría!

Porque Yahveh, el Altísimo, es terrible,
Rey grande sobre la tierra toda.

El somete a nuestro yugo los pueblos,
y a las gentes bajo nuestros pies;

él nos escoge nuestra herencia,
orgullo de Jacob, su amado.

Sube Dios entre aclamaciones,
Yahveh al clangor de la trompeta:

¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad,
salmodiad para nuestro Rey, salmodiad!

Que de toda la tierra él es el rey:
¡salmodiad a Dios con destreza!

Reina Dios sobre las naciones,
Dios, sentado en su sagrado trono.

Los príncipes de los pueblos se reúnen
con el pueblo del Dios de Abraham.

Pues de Dios son los escudos de la tierra,
él, inmensamente excelso.

Segunda Lectura

Efesios 4,1-13

Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos. A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo. Por eso dice: Subiendo a la altura, llevó cautivos
y dio dones a los hombres.
¿Qué quiere decir «subió» sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo. El mismo «dio» a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 16,15-20

Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.» Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Hoy celebramos la ascensión de Jesús al cielo.
Es el cumplimiento de la Pascua. Como los cielos rodean la Tierra, así el Resucitado acompañará a sus discípulos a todas partes para que comuniquen el Evangelio del amor a todos los pueblos de la Tierra. La liturgia bizantina canta: "Desde el cielo, el que ama dar, ha repartido dones a sus apóstoles, consolándoles como un padre, confirmándoles, guiándoles como a hijos y diciéndoles: Yo estoy con vosotros y nadie está contra vosotros". Jesús resucitado les sostendrá en su misión. Lucas escribe que, después de haberle adorado, "se volvieron a Jerusalén con gran gozo". Comenzaba el tiempo de la Iglesia.
La Palabra de Dios nos hace escuchar de nuevo la invitación de la Pascua. No podemos quedarnos, como los once, mirando a nuestro pequeño cielo, deteniéndonos en nuestros recintos habituales, cultivando nuestras costumbres mezquinas. Se nos invita a mantener la mirada fija en Jesús para que el Evangelio sea predicado con nueva audacia y generosidad. Los dos ángeles advierten a los discípulos: "volverá así tal como le habéis visto marchar al cielo". Podríamos traducirlo diciendo que Jesús vuelve en nuestros días, precediéndonos en las muchas Galileas de este mundo hasta la plenitud del reino. Es en las periferias del mundo, donde están los pobres, los enfermos, los que están solos, los desesperados, allí donde continúan las guerras y los conflictos, allí nos espera el Resucitado. El reino de Dios se construye a partir de las periferias, de la compasión por los pobres y de la prisa por la paz. El Resucitado tiene necesidad de nosotros para hacer visible su amor, de nuestros brazos para que los débiles se sientan sostenidos, de nuestra predicación de paz para contrarrestar la costumbre de la guerra y de nuestra mansedumbre para desarmar los corazones. Ciertamente, ante la fuerza del mal que muestra tanta crueldad en estos momentos, somos conscientes de nuestra pequeñez y de nuestro pecado. Pero Jesús, y es hermosa la imagen de la ascensión narrada por Lucas en el Evangelio, se separa de los discípulos y levantando las manos les bendice. Es el último gesto de Jesús. También hoy, el Señor bendice a nuestra comunidad reunida alrededor de su mesa, para que a su vez bendigamos los lugares del mundo donde nos encontramos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.